domingo, 14 de marzo de 2010

III- "¿O resulta que ahora somos todos santitos y nos escandalizamos de la política, eh?"


El olor a frito de las milanesas que al mediodía se vendieron en sánguche con lechuga y tomate a cuatro pesos aún inunda las instalaciones de la Sociedad de Fomento “Sonkoy”. Es febrero, y el calor húmedo del verano acrecienta el ánimo molesto de las cinco personas reunidas en torno a la mesa grande del lugar. De ladrillos a la vista y láminas de Jesucristo, el Che y Eva Perón en las paredes, el salón cumple las funciones de lugar de reunión, y también de comedor al mediodía y algunas noches de fiesta. La cocina está ahí pegada, separada sólo por un mostrador: por eso el olor a fritura se vuelve tan invasivo. En la reunión están presentes los dirigentes de la Sociedad de Fomento: el viejo López, presidente, y su mujer Ofelia, tesorera. También están Marta, antigua dirigente de la cooperativa de viviendas ya inexistente; el Culebra, coordinador de la comparsa; y el Pela, remisero. El ventilador de techo a máxima velocidad revuelve el aire caliente y genera un ronroneo que no llega a molestar; apenas resuena como una monótona melodía de fondo.

—Lo del impuestazo ya está, van a empezar a llegar las facturas de cobro de los impuestos municipales con aumento, como está pasando en los barrios del centro –dice Marta. —Mi cuñada tiene una conocida que trabaja en la Municipalidad, y cuenta que ya está habiendo reclamos de gente que se queja porque en la última boleta le llegó hasta el doble de lo que pagaba.

De pelo siempre corto, mirada dura y palabras claras, Marta supo ganarse el respeto de propios y extraños aún desde antes de que el barrio fuera barrio. Su protagonismo durante los primeros días de la toma de tierras que originó el asentamiento cuando ahí todavía no había nada, quedó plasmado en el bautismo del lugar. “Barrio Sonkoy”, había propuesto la mujer, de origen santiagueño, aquel mismo primer día del censo vecinal cuando las casillas empezaban a echar raíces, casi veinte años atrás. “Sonkoy quiere decir corazón –había explicado— y por eso está bien que así se llame el barrio, porque sin corazón, sin amor por lo que hacemos no hay ni casa ni barrio ni nada; y Sonkoy es en quichua, para que no nos olvidemos de dónde venimos. Entonces acordémonos de nuestros abuelos cuando hagamos el barrio, así vamos a hacer un barrio que sea orgullo para nuestros nietos”. Un discurso simple había sido aquel, fogueado en las primeras brasas de la militancia de base, en medio de una lucha que marcaría el sentido de su vida de ahí en más.

—Hay que pedir la reunión directamente con el intendente Mesa, vamos a hablar con él a ver qué dice —propone el viejo López, convencido de que un presidente vecinal siempre tiene que hacer propuestas— Ya pasaron dos meses desde que asumió, así que no tienen por qué ponernos vueltas, vamos a verlo y listo— agrega.

—Pero vas a ver que sí las ponen a las vueltas, vas a ver que no es tan fácil con éstos– lo cruza entonces Ofelia con familiaridad, como si se tratara de una discusión de entrecasa.

El viejo López es presidente de la Sociedad de Fomento sólo porque Marta había jurado “no ser más dirigente ni nada”, y se negaba repetidamente cuando los vecinos iban a verla ante cada renovación de autoridades barriales. En muchos aspectos el viejo es lo contrario a Marta: componedor, evasivo a la hora de las decisiones difíciles, propenso al diálogo y al arreglo con todo lo que huela a autoridad, da lo mismo que se trate de un policía, cura o funcionario. A los 65 años su rostro sereno, su pelo entrecano y su voz grave y pausada complementan una personalidad ideal para los menesteres de la negociación. En los años al frente de la Sociedad de Fomento aprendió todas las mañas de la politiquería. Cada tanto suele mechar una broma o un comentario informal y pretendidamente simpático en las conversaciones, aunque ese recurso muchas veces aparezca forzado. “Hay que saber tratar a la gente”, se justifica. Ofelia, al contrariar a López, no hace más que repetir su actitud más habitual en la vida: discutirle al viejo, su marido, su sostén y el único motivo por el cual una mujer gris como ella podía estar en un rol de importancia en la Sociedad de Fomento.

—Bueno Ofelia, pero ya sabemos cómo es. Pedimos la audiencia, esperamos unas semanas, y si no nos atiende el intendente ya sabemos lo que tenemos que hacer —dice Culebra, y complementa el Pela: —Es más, ya podemos ir pensando la fecha de la movilización.

En el barrio nadie se imagina una movilización de protesta sin la comparsa del Culebra, por eso él es invitado especial a estas reuniones en la Sociedad de Fomento. Y si va Culebra va El Pela, su compañero y ladero fiel. Culebra vino a Buenos Aires desde Corrientes con su familia cuando todavía era un gurrumín; de aquel origen proviene, seguramente, su vena carnavalera. El Pela es chaqueño, llegó a los bordes de la gran ciudad ya de grande, en busca de techo y trabajo. Se conocieron loteando sus terrenos cuando se armó el barrio, y desde entonces viven casa de por medio frente a la placita. Allí hace sus ensayos la comparsa La vida es bella que dirige Culebra. Su amigo El Pela, que años atrás convirtió una indemnización por despido en un remís, suele suspender los viajes de trabajo si los de la comparsa necesitan ir acá o allá para reuniones del carnaval, para la compra de lentejuelas o para la contratación de las presentaciones. A su vez, cuando La vida es bella consigue alguna actuación importante los fines de semana, El Pela lleva de a cinco vecinos cobrando lo mínimo a cada uno, dos o cuatro pesos, para que todos puedan ir. Cuando lo convocaron a esta reunión Culebra pensó en Marta, en que seguramente allí volvería a verla, pero no preguntó, se limitó a confirmar su asistencia. El Pela también supo que su amigo vería allí a la mujer y tampoco dijo nada, se guardó para sí la desazón.

La conversación avanza y las bisagras sin lubricar de la puerta de entrada de la Sociedad de Fomento delatan la llegada de alguien más. Antes de que nadie reaccione, el hombre fornido al que todos conocen como El Flaco arrima una silla de las que están amontonadas contra la pared y se suma a la reunión. El silencio incómodo que genera su llegada no lo amilana. Por el contrario, le da pie a una primera intervención, y va directo al grano.

—Claro que hay que ir pensando la fecha, Pela —se engancha, habiendo escuchado sólo las últimas palabras que hacían referencia a la protesta—. Pero no de una movilización, con una movilización no hacemos un carajo… Los Mesa tienen su patota, su propia seguridad, tienen a los milicos laburando para ellos… Vienen de manejar empresas esos tipos, de manejar conflictos sindicales, así que imaginate, si hacemos una marcha nomás no llegamos ni a la esquina, hermanito, ni a la esquina… Hay que ganarles de mano —dice; verifica que su rápida intervención haya logrado la atención de todos y hace una pausa. Ante cada silencio el ronroneo del ventilador de techo parece aumentar, el calor del lugar se vuelve más agobiante y el olor a frito ocupa los espacios vacíos.

Al Flaco le dicen Flaco porque pesa 120 kilos, paradoja de los apodos en la lengua popular. También él integra la Sociedad de Fomento. Es su Secretario de Juventud, aunque ya va pisando los 40. Entre los vecinos tiene seguidores y detractores. Maneja una bandita de pibes chorros y eso no lo deja bien visto. Pero, a la vez, les enseña a los más jóvenes los viejos códigos del oficio. Con eso logra que no roben dentro del barrio, y así suma algunas consideraciones a su favor. También supo tener su militancia política: “Yo soy uno de los presos del Plan Austral”, suele fanfarronear, rememorando la vez que militantes del peronismo fueron encarcelados durante las protestas por la aplicación del plan económico de Alfonsín, en 1985. Cuenta que fue durante aquella represión cuando le bajaron uno de los dientes frontales, lo que deja a la vista un notable agujero cada vez que despliega su sonrisa amplia, casi bobalicona. Esa mezcla de muchachote bravo y gesto tierno de hombre cuarentón lo vuelve irresistible para las amas de casa del barrio con maridos ausentes o distraídos. Aunque no se privó de nada, si de mujeres maduras se trata él prefiere a las putas de la avenida: dosis breves de relaciones circunstanciales, sin trampas, sin más compromisos que el afecto del momento.

Como nadie habla, sigue El Flaco:

—Ganarles de mano, tomarles el municipio y prenderles fuego todo a esos garcas. Un quilombo padre que salga en la tele, en Crónica, en Canal 26, esa es la única forma de hacerlos retroceder con los impuestos y todo eso que hablaban ustedes.

—Ahora te salió el revolucionario de adentro a vos —lo cruza Marta. De todos los presentes es la única que se le anima.

—Pará, Martita —responde él— pará que sigo. Los Mesa ya tienen varias broncas acumuladas, no es sólo con los cirujas del barrio como nosotros –dice “cirujas” con gracia, sobreactuando, pero a todos les molesta la calificación—. Los comerciantes también los tienen montados en un huevo a los Mesa, muchos políticos ya saben que si los Mesa se hacen fuertes en el Municipio nos van a ir cagando de a poco a todos. Para joderlos a esos hay que tocarles el bolsillo o la imagen, no hay otra… Y como el bolsillo lo tienen bien cuidado, hay que hacerles mierda la imagen de buenos administradores y buenos políticos que se armaron…

—A ver, dale, hablá entonces, ¿qué te traés bajo el poncho?– indaga ahora Marta, ante el silencio atento de los demás.

—Lo ví a Saldívar, el otro día. Dice que si queremos, él viene hasta el barrio a hablar con nosotros.

Todos quedan en silencio. Ante el vacío vuelven a un agobiante primer plano el ronroneo del ventilador, el calor denso y el aroma de las milanesas fritas.

—¿Ese culosucio? —retoma por fin Culebra mientras pasa su brazo por la frente, secándose la transpiración. Hasta el momento sólo había seguido la conversación jugueteando con sus dedos sobre la mesa, imitando un tamborilleo grácil, silencioso.

—Sí, Saldívar será culosucio, pero si a nosotros nos sirve hay que aprovecharlo, ¿o no? —retoma el Flaco. Sin levantarse de la silla vuelca su cuerpote sobre la mesa, acercándose a los demás, como si se preparara para decir una infidencia o una amenaza, y sigue: —Saldívar dice que si vamos contra los Mesa, tenemos el apoyo de él, que contemos con lo que haga falta… El tipo está resentido porque lo sacaron de la intendencia, quiere volver a candidatearse cuando los Mesa estén pa´trás, qué se yo, la cosa es que si vamos fuerte contra estos turros del municipio, no vamos a estar solos.

—Mejor solos que mal acompañados, Flaco, dejá de joder. ¿O acaso qué hizo Saldívar por nosotros mientras era intendente? —responde Marta, y en seguida la avalan los movimientos de cabeza y susurros de Culebra, El Pela y hasta Ofelia. Sólo el viejo López se mantiene impávido.

—Como quieran che —retoma el Flaco— pero si queremos que no nos caguen… Porque estos garcas empiezan subiendo los impuestos municipales y después rematan las casas de los que no puedan pagar, ¿o no es así, Marta? Va a ser así, viejo, de cajón que va a ser así… Si no queremos que vengan por nuestras casas, por nuestros terrenos para hacer negociados, hay que tomarles el municipio, que se peguen un flor de cagazo, y a la mierda. Con el “culosucio” de Saldívar, como dicen ustedes, lo único que te estoy garantizando es que no vamos a ir en cana, que cuando nosotros vayamos de punta contra los Mesa va a haber otros que también le peguen al mismo tiempo, ¿o resulta que ahora somos todos santitos y nos escandalizamos de la política, eh?

Nadie responde. El Flaco hizo un esfuerzo de argumentación poco habitual en él, y sus fundamentos parecen ahora más sólidos que al principio. Además, el tono de su voz había ido subiendo en forma intimidante.

El nuevo silencio anuncia el fin de la reunión. Marta es la primera en ponerse de pie. Ofelia echa su silla hacia atrás. El Flaco vuelve a ocupar el vacío:

—Eh, viejo —interpela a Don López— ¿queda algún sánguche de milanesa? Tengo una lija…


8 comentarios:

  1. muy bueno... va tomando color, quiero el capitulo que sigue!

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  2. vamos!!!!! el que sigue.....

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  3. Buenos bujos, Turco, un fiel complemento de las acuarelas que pinta el texto. Interesante la idea del folletín bloguero, lo voy a seguir. Me gusta lo de sonkoy, me recuerda a la chacarera del mishky mayu: El sonkoy que anda en amores se parece a río crecido, uy viditay, quien diría, llenita de remolinos.

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  4. ya desde el principio me gusta eso de que el flaco sea amigo de Saldivar no?... mirado en conjunto parece bien pensado, habre un par de lineas, igual hay que esperar.. felicitaciones

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  5. EXCELENTES DIBUJOS CHE!!!!

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  6. de cajón que esto tiene menos onda q Jairo en Sandalias!!!!

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  7. ¿O resulta que ahora somos todos oesterheld y mandamos fruta, eh?

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  8. En primer lugar al "anonimo" que bardea al pedo le digo que cuelgue algo, que construya, el bardo por el bardo no sirve. Tu opinión sin fundamento no agrega nada, "anonimo".
    Agradezco que alguien escriba algo en internet y que la historia tenga intriga, suspenso y construcción de personajes. Hace rato que la cultura es comentar como si todo fuese facebook. Algunas cosas son para disfrutar, si gusta se recomienda, sino, no. Saludos y Felicitaciones a los creadores.

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