domingo, 28 de marzo de 2010

VI. El presagio de una dolorosa despedida


Una semana después, la negociación fue breve. El abogado de los Mesa ofreció un monto similar al que sus jefes habían invertido en la campaña: 900 mil dólares para olvidarse del tema y seguir compitiendo electoralmente sin trampas. O al menos sin trampas de esa envergadura. La oferta superó las expectativas de Saldívar, que decidió aceptar de inmediato disimulando mal su excitación. Por cómo venían las cosas, ganarían las elecciones y además se harían con el botín.

El abogado de los empresarios y Chachi Gauna como mujer de confianza del intendente quedaron a cargo de los detalles. Aunque, por el monto en juego, esta vez Saldívar quiso estar seguro de que tendría los 900 mil en mano y no volando: acordó la entrega en su propio despacho.

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—Perfecto, suerte en la campaña—, saludó Saldívar al abogado de los Mesa, sin evitar ser burdamente irónico. Acababa de recibir 90 fajos termosellados de cien billetes de 100 dólares, en una caja de zapatos Grimoldi, dentro de una bolsa de compras de la misma zapatería.

—Encargate Chachi, meté esto donde ya sabés, después vemos cómo lo vamos sacando de acá—, dijo Saldívar cuando el abogado se había retirado, y salió él también junto a Lázaro de su despacho.

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Saldívar y Chachi Gauna decían ser primos-hermanos, pero en realidad la relación familiar entre ellos era bien remota, casi inexistente: la mujer era prima-hermana de la ex esposa de Saldívar, no de él. Ambos decían ser parientes para despejar suspicacias sobre la relación sentimental que los unía: clandestina, ocasional, conflictiva, más intensa de lo que en principio hubiesen preferido.

La mujer, de unos 35 años, contaba con algunos méritos propios en su carrera. Como abogada había trabajado en la Secretaría de Medioambiente de la provincia. Después había sido electa concejal en las mismas elecciones en que Saldívar ganó la intendencia, pero no llegó a asumir porque éste la convocó para que integrara su equipo de trabajo. Era jovial y seductora, vestía bien y se mostraba independiente y segura de sí misma: una personalidad ideal para interactuar en el mundo hostil y machista de la política. Ahora debía encargarse de los fajos de dólares. Era la coima más grande que Saldívar había recibido en toda su vida.

Chachi tenía un escondite secreto para guardar papeles comprometedores y dinero ilegal, que sólo Saldívar y Lázaro conocían. Tal vez inspirada en alguna novela clásica de detectives, Chachi estaba convencida de que el lugar más expuesto termina siendo el más seguro. ¿Quién iba a pensar que esa vieja caja fuerte en la sala de espera de la oficina del intendente, ese viejo armario de hierro fundido, con una rueda de combinación destartalada, podía estar realmente en uso? La rueda de combinación mecánica a la que le faltaba la perilla del centro y le asomaba un pequeño resorte, era un elemento fundamental para despistar a cualquiera. A primera vista, esa caja fuerte tenía su sistema de apertura indefectiblemente roto. Sin embargo, como muchos modelos de cajas fuertes antiguas, ésta ofrecía la posibilidad de ser abierta girando la rueda según los números de combinación, o por el más sencillo método de la llave en la cerradura. Se trataba de una cerradura reforzada de dos vueltas, con llave de paleta a ambos lados del eje y estrías diferenciadas. En este mecanismo antiguo el pestillo sale dos veces pero, a diferencia de las cerraduras actuales, cada vuelta de llave genera un empuje a partir de una combinación dentada distinta. El agujero de la cerradura estaba oculto en la puerta frontal, tras una pequeña chapa que tenía grabada la marca de la empresa que las fabricaba: “Safe & Lock Co.”.

Chachi era quien llevaba siempre consigo la llave de esa cerradura, que de tan antigua se convertía en doblemente segura. Dos años atrás, la llave original se había quebrado. Después de meses de averiguaciones, Chachi y Saldívar concluyeron que sólo podrían lograr una copia encargando el trabajo en una fragua, recreando el molde y haciendo la nueva pieza de fundición, tomando como modelo los dos pedazos de la pieza partida. Chachi sugirió encargar el trabajo bien lejos de Independencia, para evitar que nadie pudiera saber de qué se trataba el asunto. Ubicó un taller lejano, viajó dos horas y permaneció un día entero allí, viendo cómo el herrero recreaba la llave de fundición. Al retirarse pidió el molde, que arrojó después en una alcantarilla. Obsesiva y previsora, a partir de entonces llevó siempre consigo la llave; de esa manera garantizaba que nadie más que ella pudiera abrir la pesada puerta de hierro que guardaba secretos y dineros sucios. En aquel momento, ni ella ni Saldívar pensaron en hacer una segunda copia aprovechando la ocasión, descuido por el que Saldívar se lamentaría hasta sus últimos días.
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Aquella misma noche del cobro de la coima a los Mesa, Chachi fue la última en abandonar el despacho del intendente. Cuando se aseguró de que no quedara nadie en todo el primer piso del edificio municipal, abrió la caja fuerte y guardó la bolsa con la caja y los billetes dentro. En los días posteriores, como había dicho Saldívar, verían cómo ir sacando eso de ahí.

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A partir de entonces, el destino trágico de Chachi selló la suerte adversa de Saldívar.

* * *

La mujer, últimamente, había estado pensando en tomar distancia. Con Saldívar discutían a menudo, por cuestiones políticas o berrinches sentimentales, pero eso no era lo central. El verdadero problema surgía cuando él se ponía violento, descontrolado, bajo los efectos de la cocaína o las pastillas. Chachi se había propuesto ser tolerante, pero con el tiempo las discusiones se habían vuelto más frecuentes y las actitudes violentas de Saldívar empeoraban. Ella no quería herirlo, ni quería seguir estando mal a su lado.

Lo citó por la noche en su departamento. Se había propuesto que esa noche no hubiera discusiones, así que lo esperó con el champán en la heladera, la música suave y el salón iluminado con las luces tenues de un velador. Lo recibió sin maquillaje, descalza, con el pelo suelto y vestida sólo con una camisola blanca hasta la cadera que dejaba sus muslos al descubierto.

Apenas él entró lo acarició con ganas, lo besó ahí mismo. Antes de arrastrarlo hasta el sofá, hurgó en los bolsillos del saco. Encontró un papel de merca y el pastillero que Saldívar siempre llevaba consigo. El hombre reaccionó instintivamente tomando el brazo de la mujer con fuerza, como si con la droga le estuvieran sacando el alma. Ella le hizo saber la molestia con una mirada triste, y él aflojó. El papel y el pastillero terminaron en poder de la mujer. Entonces sí Chachi agasajó a Saldívar como él no lo merecía. Sirvió una sola copa de champán que compartieron, aunque después de los primeros tragos, Saldívar fue presuroso al baño. En el bolsillo interior de su camisa llevaba una tableta extra de Rivotril y, tembloroso, tomó dos pastillas casi sin agua, para no perder el gusto del champán en su paladar.

Volvió, llenó otra vez la copa y la vació en su garganta, excitándose un poco en cada trago. Cachi se brindó íntegra. Actuó poniendo en juego todo el amor del que fue capaz. Lo besó con ternura, sintió que tenía consigo a un hombre que necesitaba todo su afecto. “Gracias, negra, te amo” pareció corresponder él, susurrando mientras mordisqueaba su oreja, y a ella se le aceleraban los latidos del corazón con aquellas palabras que pocas veces había oído.

A Saldívar, en cambio, lo que se le aceleraba era el flujo de sangre que endurecía su verga. Olvidó las palabras dulces y dio rienda suelta a su deseo, aprovechando la entrega de su compañera. Tomándola por la cintura la dio vuelta, la acomodó sobre el sofá y arremetió con cierta dificultad que supo sortear, sintiendo que lo que se estaba cogiendo era un culo sabroso y no a esa mujer que en ese momento pretendía amarlo. Chachi, que se había propuesto ser condescendiente con Saldívar esa noche, se prestó al juego y lo dejó hacer: tantas veces ella también había disfrutado de su macho, galopando excitada sobre un falo y no sobre un amor, cosificando su pedazo para maximizar el goce. Pero, esta vez, para ella era distinto, debía ser distinto. Sentía el ir y venir dentro suyo, y sólo quería abrazarlo, besarlo. Cuidándose de que él no sintiera un rechazo, fue virando hasta que quedaron frente a frente, y entonces sí lo atrapó entrelazando sus piernas y sus brazos, lo besó y lo acarició manteniéndolo dentro suyo, mientras ahora era él quien se dejaba llevar. Así acabaron, cogiendo con sus sexos y amándose con sus labios y sus lenguas, con esa mezcla de desenfreno, pasión, amor y ternura que sólo logran los cuerpos que se aman durante años.

Finalmente el hombre se relajó hasta desplomarse. Lloró. Acurrucado en los brazos de la mujer, desinflado, tembloroso.

A la mañana siguiente Saldívar no se sorprendió cuando ella le anunció que se iría por un tiempo, a descansar. Ninguno de los dos podía saber que ya no volverían a verse. Sin embargo, qué otra cosa había sucedido aquella noche sino el presagio de una dolorosa despedida.

***

Días después el nombre de la mujer apareció en los diarios de la peor forma. “Otra jornada fatal con muertos en las rutas”, tituló el diario La Nación en su tapa, y la nota agregaba: “Seis personas perdieron la vida en la ruta 2 tras chocar un vehículo particular con un ómnibus de larga distancia a la altura de Dolores. Entre las víctimas fatales fue identificada la conductora del automóvil, Susana Gauna, quien se desempeñaba como funcionaria del municipio bonaerense de Independencia”.

La mujer se había separado hacía años y no tenía hijos. Su anciana madre estaba internada en un hospital de Entre Ríos con graves problemas de salud, y no podría ir al velorio. Saldívar, entonces, se encargaría de todo.

La pérdida de su confidente y amante lo dejó shockeado. Como en una mala telenovela de la tarde, recién con su muerte dimensionó todo lo que ella significaba para él. Estaba realmente apesadumbrado. Con Chachi perdía, además de un sostén afectivo, una pieza clave de su armado político y de la campaña electoral. Todavía faltaban tres semanas para los comicios, pero su preocupación tenía una motivación especial: recuperar la llave de la caja fuerte. Esa preocupación fue la que le dio fuerzas para no dejarse estar y funcionó como un incentivo extra a la hora de tener que ir a reconocer el cuerpo de la mujer, firmar los certificados de defunción y sobre todo, reclamar sus pertenencias.

* * *

Lo que Saldívar pensó que sería un trámite, terminó convirtiéndose en una pesadilla. Al parecer, algunos pibes del lugar se habían acercado a la zona del accidente antes de la llegada de la policía, y robaron unas pocas cosas sin demasiado valor: el frente desmontable del estéreo del auto, el reloj pulsera de Chachi, su cartera… y una cadenita dorada que llevaba al cuello, de la que colgaba una extraña llave de bronce. No se habían llevado en cambio la documentación de la mujer, por lo que la policía decidió dejar pasar el robo de las pertenencias de menor valor, y nada se investigó al respecto. Saldívar recién pudo encargarse del tema unos días después del entierro. Habló con Lázaro y le encargó que tomara las riendas de todos los asuntos que manejaba Chachi en la intendencia, en especial la campaña electoral. Él viajaría a Dolores, donde había sido el accidente, para hablar con las autoridades policiales y rastrear aquella llave perdida.

Iban pasando los días. Quedaban sólo dos semanas para las elecciones y Saldívar, con el problema del velorio y las pertenencias de Chachi, estaba quedando totalmente al margen del último tramo de la campaña. Suspendió por una semana sus apariciones públicas y se concentró en la búsqueda de la maldita llave, sin éxito: parecía quedar definitivamente perdida, en manos de unos rateros que tal vez ya la hubieran desechado desconociendo su real valor.

Fue Lázaro quien lo devolvió a la realidad, y lo alertó:

—Mirá que hace dos semanas que le estamos regalando el terreno a los Mesa, no te confiés a ver si todavía perdemos.

—Tendría que pasar una desgracia para que perdamos—, dijo mecánicamente Saldívar, intentando despejar malos augurios.

—Una desgracia ya pasó con lo de Chachi, ahora concentrémonos en la campaña, porque si aparece algún otro imprevisto, ahí sí que cagamos.

Pero la mala fortuna seguía rondando la vida de Saldívar, y otro imprevisto apareció. Otra tragedia. Otro hecho inesperado que le daría al hombre la estocada final y lo dejaría fuera de carrera.


Continuará...

1 comentario:

  1. Hace un tiempo que vengo leyendo este blog (desde que estaban los 3 primeros capítulos). Realmente me parece muy bueno, original y entretenido, pero no se que pasó esta semana que no llegó un nuevo capitulo. Me muero de ansiedad! Por favor avisen que onda!

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