viernes, 5 de marzo de 2010

I— Saldívar y el Flaco

El hombre clavó los frenos al ver un enorme bulto atravesado en el camino. A pesar de la noche cerrada, sin luna, notó que se trataba del tronco de un árbol caído. “Alguien lo puso ahí, carajo” se dijo, y maniobró con destreza para que la frenada violenta no lo hiciera perder el control. No llegó a poner las luces altas cuando intuyó una imagen fantasmal por la ventanilla de su lado izquierdo. Aunque había demostrado buenos reflejos, apenas el vehículo se detuvo recibió un golpe repentino y sintió el frío del caño en la sien.

—¡Bajate y pirá viejo, dale, bajate o te quemo, bajate bajate!

El muchacho intentaba controlar el temblequeo de su mano derecha que sostenía un 32 corto apuntando a la cabeza del automovilista.

Del estéreo del auto emanaba una voz femenina entonando una empalagosa melodía: “Si tu no estás aquí, no sé / qué diablos hago amándote”. El olor a quemado por la fricción del neumático contra el asfalto impregnaba toda la escena.

—Tranquilo pibe, ahora te doy todo, ahora me bajo, pero no te confundas, no hagas cagadas, ¿sabés?

La avenida estaba desierta, como siempre a las dos de la madrugada. El farol de esa esquina estaba roto. El hombre intentó ver el rostro del muchacho, pero no pudo. La mínima claridad provenía del resplandor anaranjado de las luces interiores del auto (el tablero, el reproductor de música, la luz que se activó cuando el hombre abrió la puerta aunque no bajó), y los dos haces que proyectaban los faros delanteros, como rayos blancos partiendo al medio la noche negra.

—Esperá que te desactivo el Low Jack pibe, pará. —El hombre intentaba ganar tiempo, buscaba revertir la batalla desigual que libraba contra el caño del revólver y el dedo nervioso en el gatillo.

—No me hagás ninguna, ¡eh! Desactivá la mierda esa y corré, vamos vamos! —El joven estaba ahora algo desconcertado: nunca antes alguien a quien estuviera robando le había ofrecido desconectar la alarma.

Mientras tanto, la música seguía cubriendo los vacíos del diálogo entrecortado: “Derramaré mis sueños/ si algún día no te tengo”.

—¿Con quién laburás vos, pibe? A mi me conocen todos, eh, ¿no me conocés vos? ¿Con el Flaco laburás? —Buscando controlar la situación, el hombre agudizó la vista y paneó el lugar. En la esquina, donde llegaban débiles las luces de la estación de servicio una cuadra más adelante, identificó una moto de alta cilindrada que creyó reconocer. Desde allí, con las dos manos en el manubrio, una persona corpulenta supervisaba la labor del joven asaltante.

—¿Es el Flaco el de la moto? ¡Flaco! ¡Soy yo, Flaquito!

El ladrón, furioso y confundido, soltó un grito veloz, casi inteligible:

—¡Te reconoció boludo! ¡Lo pongo! ¡Lo pongo y rajamos!

—Vos no ponés a nadie, pendejo. Salí de ahí. —ordenó el de la moto a la distancia, y preguntó— ¿Saldívar?

—Claro, Flaco, soy yo, hermano. ¡Si hasta te estaba buscando! Mirá cómo te vengo a encontrar…

Recién entonces el de la moto se acercó a la escena. Corrió al muchacho a un lado de un suave empujón, le dió la mano al hombre que estaba siendo asaltado y sonrió.

—Flaco querido —dijo el del auto—, mirá en qué quilombo te metías si no te reconocía, eh… ¿quién es el pibe? Que se controle, decile…

—Todo bien Saldívar, no pasa nada. ¿Cómo sigue la cosa?

— Mirá, de eso te quería hablar… Hagamos así. Seguí hasta la Shell de la otra esquina, ahí nos tomamos algo y te cuento.

El grandote al que llamaban “Flaco” subió a la moto. La enciendió, esperó que el auto de Saldívar arranque, y partió detrás.

El muchacho del 32 quedó solo en la esquina. Escondió el revólver en su espalda sujetado por el cinto y acomodó la camisa suelta por fuera del pantalón, tapando el bulto. Se alejó en sentido contrario al que tomaron el auto de su víctima y la moto de su amigo. La música del estéreo terminaba de deshilacharse en el aire: “Pasearé en un cielo sin estrellas / tratando de entender quién hizo / un infierno el paraíso”. Caminó por la vereda izquierda pegadito a la pared, por donde la luz de los otros faroles de la calle que sí encendían llegaba con menos intensidad.

3 comentarios:

  1. Parece una serie negra de los cincuenta, pero de Lavallol o Berazategui...

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  2. Bueno, pero no vaya a ser cosa que se haga una reivindicación pequeñoburguesa de los pibe chorros

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  3. no sabía que el cantante de las pelotas tenía un barrio...
    aguante sonkoy que se muera cerati la puta que lo parió!!!!!!!!!!!!

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