domingo, 21 de marzo de 2010

IV— Franco Mesa


A la altura del tercer cordón suburbano, lejos de la ruta provincial, Independencia aparece como un desperdicio de la geografía bonaerense. Su destino de intrascendencia quedó marcado desde su nacimiento, a mediados de los 90. En aquel entonces el gobernador decidió framentar algunos grandes municipios en tres o cuatro distritos menores, para evitar peleas internas en su partido y beneficiar a los jefes territoriales amigos repartiendo una parte a cada uno. Lejos de los barrios más pudientes, por fuera de la zona en la que aún se preservan algunas fábricas y empresas, Independencia terminó siendo el hermano bobo entre otros tres nuevos distritos que surgieron de la división. Descarte de un acuerdo político entre caudillos, todos ellos más importantes que Saldívar, que por eso recibió lo que recibió.

Ahora Saldívar está abandonado, marginado de la política, pero hasta hace pocos meses fue el intendente de Independencia. Su gestión municipal fue insignificante, aunque no perdió las elecciones por eso. Una cuota de mala suerte, su adicción y su torpe ambición hicieron más daño a su carrera política que su falta de brillo como funcionario. Su contrincante victorioso fue el empresario local Franco Mesa, hijo cuarentón y soltero de Oberdan Mesa, dueño de la Cementera Oberdan, una de las más importantes productoras de cemento para la construcción de la provincia.

El viejo Mesa preside, además, la filial local de la Unión Industrial Argentina. Franco conoció muchos resortes del poder acompañando a su padre dentro de aquella estructura encargada de ejercer presión ante los más corruptos estamentos del gobierno. El joven empresario había probado suerte en la política cuatro años atrás, pero en aquella ocasión Saldívar era la novedad en las filas del peronismo y había ganado sin problemas. En el período que fue de aquella elección perdida a esta última victoriosa, Mesa aprendió a hacer política. Abandonó su afiliación inicial a la poco popular Coalición Republicana y fundó su propio partido vecinalista, Acción Comunal. Absorbió los mejores cuadros de la gestión empresarial para armar un equipo de propaganda sin fisuras. Con un discurso basado en la eficiencia, la honestidad y la seguridad, el nuevo intendente pudo ganar la elección. Pero esos mecanismos que sirven para acumular votos, transformados en decisiones políticas de gestión suelen no resultar del todo útiles para ganarse la confianza de los pobres.

* * *

El viejo López había hecho el pedido, y finalmente el intendente Mesa recibiría a los representantes barriales en su despacho. Estaban en la puerta del edificio municipal el viejo, su mujer, Marta, El Flaco, y pronto llegarían Culebra y El Pela. Se anunciaron y los hicieron pasar.

El despacho ya lo conocían. Era el mismo en el que solía recibirlos Saldívar durante su gestión anterior. Se llegaba subiendo por ascensor o por las escaleras después de atravesar el hall de entrada, doblando a la izquierda unos treinta metros por un pasillo austero y pasando por una sala de espera para las visitas. Mientras Saldívar había sido intendente las paredes de esa sala habían estado repletas de fotos suyas con otros políticos, diplomas que le habían entregado el Club Mártires de Independencia, la Cámara empresarial distrital y otras instituciones de la zona, en agradecimiento por los subsidios municipales recibidos. Todo eso ya no estaba, y las paredes se mostraban desnudas, esperando una nueva mano de pintura. Los muebles, en cambio, seguían en su lugar: tres grandes sillones de cuerina marrón para los invitados y, en un rincón, una inmensa caja fuerte antigua que parecía estar allí sólo como adorno. No era una caja fuerte de empotrar, como esas que se esconden detrás de un cuadro, sino una especie de armario de hierro, de un metro y medio de altura, amurada por sus cuatro patas al piso. Los detalles de bronce lustrado le daban al armatoste un aspecto de reliquia, aunque más por antiguo que por valioso. La clásica rueda numerada de toda caja fuerte se veía rota, sin el tambor central y con un pequeño resorte asomando. Aún así semejante mole de hierro parecía ser, o haber sido, una muy segura caja de seguridad. Sobre esta caja fuerte descansaba el mismo florero con las mismas flores de plástico que adornaron los cuatro años de la gestión anterior. En eso reparó Ofelia, la mujer del viejo López, cuando repasó con la mirada el lugar:

—Hizo bien Mesa en sacar todos los cuadros de Saldívar. Ahora, si va a pintar las paredes, tendría que cambiar también esa cosa de fierro de ahí y esas flores de plástico horribles, que dan tanta sensación a viejo.

El Flaco no prestó atención a las palabras de Ofelia ni a la decoración. Ensimismado con la idea de tomar el edificio como medida de lucha, calculó mentalmente los metros que separaban la entrada al edificio en la planta baja del despacho del intendente en el primer piso.

1 comentario:

  1. no se si el barrio independencia será un desperdicio geografico ... pero lo que no tiene desperdicio es leer este blog un domingo a la noche aburrido

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