martes, 6 de abril de 2010

VIII. Una decisión enérgica lista para ser ejecutada


El segundo fin de semana de febrero se había puesto fresco, después de las lluvias veraniegas. Era sábado, y la Sociedad de Fomento “Sonkoy” estaba con sus puertas abiertas desde temprano. En la pizarra que da a la calle, desde hace unos días podía leerse:

Sábado 9, 18 hs, Asamblea Vecinal.
¿Qué hacemos con las cuotas y el impuestazo?
¿Corren riesgo nuestras viviendas?
Participe.


A las cinco y media llegaron Marta y Culebra. El viejo López y Ofelia estaban desde temprano. El Pela llegó minutos después para confirmar lo que sabía, que su amigo ya estaba allí con la mujer. De a poco fueron llegando los demás. A las seis y media ya eran más de ochenta vecinos ocupando el salón. En la punta cercana a la cocina, el viejo López había colocado un escritorio medio destartalado pero que servía para formalizar su rol de presidente de la institución. Se sentó él al medio, a su izquierda su mujer Ofelia, y la silla de la derecha quedó momentáneamente vacía. A un lado y otro del escritorio se proyectaban filas de sillas de plástico que se cerraban hacia el fondo, dando forma a algo parecido a un óvalo. Cada uno fue eligiendo su lugar.

El viejo López recorrió la asamblea con su mirada, por sobre los lentes para leer de cerca. Repasó la presencia de las familias más representativas: todos estaban allí. Pero aún no quería empezar. “Llamalo al Flaco a ver si está llegando”, le dijo a su mujer, que sin decir ni gesticular sacó de su bolsillo izquierdo un teléfono celular y seleccionó el contacto.

—Flaco, te estamos esperando, ¿venís?

—Qué tal Ofelia, llego en un toque, pero empiecen, mamita, empiecen.

—Queda mal la silla vacía Flaco, vení que te esperamos.

En menos de cinco minutos El Flaco había estacionado su moto de alta cilindrada en la vereda y recorría con pasos sonoros el trayecto desde la puerta hasta la silla a la derecha del presidente de la Sociedad de Fomento, sin saludar. Como si al sentarse El Flaco se activara un dispositivo de inicio de la asamblea, automáticamente el viejo López dio comienzo a la reunión.

—Bienvenidos todos a ésta que es su casa. Es un orgullo para la Sociedad de Fomento Sonkoy que esta reunión tan importante para el barrio se haga aquí, en nuestras instalaciones. Se habrán enterado por los carteles y por el boca a boca de la gravedad del tema que tenemos que tratar, de la defensa de nuestro querido barrio. Por eso esta es una convocatoria que va más allá de la Sociedad de Fomento, es una cuestión de todos los vecinos y no sólo de los socios. Por lo tanto lo que digamos hoy en esta asamblea no va a constar en el libro de actas, y si no hay oposición someto a la asamblea la posibilidad de presidirla a los fines de que transcurra en orden.

Los discursos que mejor le iban al viejo López eran éstos, en los que no decía nada de importancia pero derrochaba formalismos y sentía, de esa ridícula manera, reafirmada su autoridad. Nadie prestó mucha atención a sus palabras. Todos seguían con sus conversaciones que arrastraban de un rato antes, bajando la voz, pero sin cortar sus diálogos, murmurando por lo bajo. El debate empezó cuando Marta tomó la palabra.

—Bueno, yo quiero hablar. Hasta hace una semana lo que todos sabíamos era que el intendente Mesa estaba aumentando los impuestos municipales, y eso ya nos afecta a todos. Pero además, en estos días, les habrá llegado a cada uno de ustedes este panfleto tan bonito y tan brillante —Marta alzó un tríptico de papel ilustración que se había repartido casa por casa la semana anterior— Acá se habla de la justicia, del derecho a la vivienda, pero no nos dejemos engañar porque este papel así brillante como está no es más que espejitos de colores… Nos quieren deslumbrar con palabras bonitas cuando lo que están preparando es un ataque a nuestro barrio, a nuestras viviendas.

Los cuchicheos se habían ido extinguiendo mientras Marta avanzaba con sus palabras. Ahora era todo silencio. Todo, menos el bullicio lejano de los niños que correteaban al fondo, ajenos a la asamblea.

—Vean bien lo que dice el intendente acá —retomó Marta. Fijó la vista en el folleto y leyó: —“Plan de regulación de tenencia de asentamientos y barrios sobre tierras fiscales. Una familia, una casa. Que su vivienda sea su propiedad. Cuotas accesibles”.           —Hizo una pausa, levantó la vista y retomó. —Suena muy bonito, ¿no es cierto? ¿Quién no quiere estar tranquilo con su terrenito, con su casa? Pero, a ver, compañeros, ¿a nadie le genera desconfianza tanta palabra bonita en boca de estos tipos del municipio?

Tal vez por exceso de respeto o tal vez porque la mayoría interpretó que se trataba de una pregunta que Marta misma contestaría, nadie respondió.

—Les pregunto a ustedes. ¿Qué creen que es eso de que “su vivienda sea su propiedad”?
Con la insistencia, ahora sí algunos se sintieron interpelados.

—Y, ellos dicen que van a darnos los títulos de propiedad de nuestras casas, hay que ver si será verdad. —Intervino el vecino del quiosco que está frente a la canchita.
Retomó la mujer:

—Claro, eso dicen, pero ¿ese es realmente su objetivo? ¿Alguien tiene más información? A ver, ¿qué opinan ustedes?

Marta tenía en claro que el debate culminaría con la decisión de realizar una protesta contra el Municipio, pero en las asambleas siempre avanzaba paso a paso, acompañando la reflexión de los demás.

—Y, si ponen en el medio el cobro de cuotas, ahí siempre aparece el temor de que a uno lo estafen, ¿no? —acotó don Cosme.

—Yo prefiero pagar las cuotas y tener la seguridad de mi casa. El que quiere puede pagar —dijo Tito el verdulero. La asamblea se iba animando.

—Vos podés, Tito, pero sabés que la mayoría no va a poder —contestó un viejito desde el fondo. Tapó su boca unos segundos para toser, y retomó: —No seamos egoístas y pensemos en el barrio, porque si no acá se van a terminar jodiendo todos, hasta los que ahora parece que se salvan.

—Claro, además en otros barrios se aplicó una ley de tierras o no sé cómo se llama, donde cada uno escrituró su casa sin aumento de impuestos ni tener que pagar… Porque si hay que pagar para tener lo que ya es nuestro… quiere decir que si alguno no puede pagar va a perder lo suyo, su casa, ¿o no?
Distintas personas iban exponiendo en palabras sencillas cuál era el verdadero problema. De a poco cobraba forma una reflexión serena, colectiva. La decisión final iba surgiendo de la propia participación vecinal.

Don Cosme, que había hablado del temor a que los estafen, agregó:

—Bueno, pero entonces la cosa es fácil: que se hable con el intendente Mesa para que dé marcha atrás con todo esto de los impuestos y las cuotas, y si no entiende razones, nos movilizamos, cortamos la avenida, lo que sea.

—Cabe señalar que ya hablamos con el intendente, y las respuestas no fueron buenas —intervino el viejo López, sobreactuando su voz grave y pausada. —Fuimos los representantes de la Sociedad de Fomento con otros vecinos, y el señor intendente insistió con que todo este plan de tierras es mejor para nosotros, habló de los vecinos honestos y de los que no quieren salir adelante, dando a entender que los que podían perder sus viviendas eran quienes no querían salir adelante… Nos atendió con una sonrisa, pero lo que nos dijo no nos tranquilizó en absoluto…

El Flaco, a su lado, volcó su cuerpote sobre el escritorio como hace siempre que va a hablar:

—Acá mi amigo López es muy diplomático —empezó diciendo, mientras con su brazo izquierdo rodeaba por detrás al presidente de la Sociedad de Fomento y daba unas palmadas en su espalda— López es muy delicado, porque la posta es que Mesa nos trató como a idiotas, prácticamente. Lo que nos dijo ese tipo fue un insulto a nuestra dignidad —reforzó esas últimas palabras y buscó aprobación con la mirada, como si la frase última mereciera un especial reconocimiento—. Nos trató como si tuviéramos capacidades mentales diferenciadas, como se dice ahora… —repitió y volvió a sonreír, involuntariamente bobalicón—. Ése se piensa que no entendemos nada porque somos de la villa. Ese tipo es un garca, viejo, un garca como los peores garcas.

Siguió hablando un rato más. Explicó, a su modo, que si dejaban avanzar a Mesa con los impuestos y las cuotas por las viviendas, después vendría la privatización de la salud, el recorte de las becas estudiantiles, “y ya sabemos como sigue todo esto”.

—Por eso hay que reaccionar, viejo. Como dice Don Cosme, pero no con una marchita, discúlpeme Don Cosme, sin ofender, pero no con una marchita más. “Cuando fracasa la petición, viene la acción” decía el General. Así que tenemos que mostrarle a estos tipos que, ahora, ya no les pedimos que hagan esto o aquello, sino que no los vamos a dejar gobernar si quieren avanzar en contra nuestra. —El Flaco hizo una pausa y por fin cedió la palabra.

—A mí me dicen egoísta —se metió en el silencio el verdulero—, pero vos Flaco qué estás proponiendo, ¿hacer una de las tuyas? ¿Le vas a pegar un tiro en una pata al intendente, o qué vas a hacer?
La asamblea se dividió entre susurros de desaprobación y risas cómplices. El Flaco ni se inmutó.

—Me extraña, Tito, me extraña. No nos pisemos la manguera entre bomberos, hermano. Aunque en algo tenés razón, si cada uno se corta solo no vamos a ningún lado, ¡muy bien que vos lo reconozcas! —dijo El Flaco devolviendo la provocación a quien minutos antes había propuesto que quien pudiera, pagara. Lanzó una risotada y retomó: —de lo que estoy hablando, para ir al grano, es de algo grande, que nos movilicemos todos, pero que no nos quedemos en la calle con los bombos, sino que nos metamos adentro, que les tomemos el edificio, y con el quilombo que se arma con eso, van a ser ellos los que nos pidan por favor que quieren negociar, vas a ver… Además, no somos los únicos que le tenemos bronca a los Mesa. Estuvo hablando conmigo Saldívar y...

—Pará Flaco, pará —lo interrumpió Marta decidida—. Ya te dijimos que una cosa es una cosa y otra cosa es el corrupto y transa ese de Saldívar. Acá no nos metamos con esos políticos de cuarta si queremos que las cosas salgan bien.

Culebra apoyó la intervención de la mujer con palabras medidas, no vaya a ser cosa que se le escaparan y se le mezclaran las emociones. El Pela habló detrás de él para no decir nada, o simplemente para decirle a su amigo y a Marta “acá estoy yo también”. Tanto uno como el otro parecían entreverarse en un diálogo inconsciente que dejaba a la asamblea y a todos los demás sólo como telón de fondo.
Sin reparar en estos detalles, El Flaco insistió con los mismos argumentos que semanas atrás había volcado en la reunión donde se tocó el tema por primera vez. El ambiente se fue poniendo espeso y la discusión quedó polarizada. Después de media hora de otras intervenciones y de polémica sostenida, el viejo López retomó la palabra:

—Bueno señores y señoras, vamos a pasar en limpio todo esto, si me permiten. Hasta el momento parece que hay acuerdo en hacer una medida de protesta dura, contundente, que puede ser lo que planteó el Secretario de Juventud de la institución, aquí a mi derecha— dijo, señalando al Flaco. Marta lo interrumpió:

—Sí, López, pero que quede claro que una cosa es la decisión vecinal que estamos tomando, que yo acuerdo con que sea de esa forma, con fuerza, si hace falta tomando el municipio, pero otra cosa es meter a Saldívar en el medio, que quede claro que eso no.

Retomó el viejo López:

—Entonces, como dice Marta, sometemos a votación la decisión de movilizar al Municipio en forma contundente y sin descartar ningún desenlace, por decirlo de alguna forma, en defensa de nuestras viviendas y nuestro barrio, hasta que den marcha atrás con el cobro de las cuotas. Eso es lo que buscamos acordar ahora, lo demás lo dejamos de lado. ¿Por la positiva?

Lo que había empezado siendo, días atrás, una mera propuesta surgida de una reunión de cinco personas, con la aprobación de la asamblea se convertía en una decisión enérgica, asumida por todo el barrio, lista para ser ejecutada. La mayor parte de los presentes levantó su mano. Un aplauso cerrado coronó la decisión.

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