En capítulo anteriores:
I— Saldívar y el Flaco / II— El barrio Sonkoy / III- "¿O resulta que ahora somos todos santitos y nos escandalizamos de la política, eh?" / IV— Franco Mesa / V— Una sonrisa tan falsa como la lealtad que los une / VI— Presagio de una dolorosa despedida / VII— Saldívar, el fin / VIII— Una decisión enérgica lista para ser ejecutada
I— Saldívar y el Flaco / II— El barrio Sonkoy / III- "¿O resulta que ahora somos todos santitos y nos escandalizamos de la política, eh?" / IV— Franco Mesa / V— Una sonrisa tan falsa como la lealtad que los une / VI— Presagio de una dolorosa despedida / VII— Saldívar, el fin / VIII— Una decisión enérgica lista para ser ejecutada
—No, no, Flaco, en la estación de servicio esta vez no, muy público, muy público… A ver, anotá: vénganse a una oficina nuestra, San Martín 268, a una cuadra de la Iglesia.
Saldívar había arreglado un encuentro con el Flaco para ver cómo venía la toma del municipio. El ex intendente estaría con su mano derecha Lázaro, y el Flaco debería llevar al presidente de la Sociedad de Fomento. El lugar en realidad no era una oficina. Se trataba de una casa deshabitada ubicada en la zona céntrica de Independencia que Saldívar y Lázaro se habían apropiado durante la gestión al frente del municipio, después de verificar que su dueño había fallecido y no tenía herederos. Habían planeado ocuparla y construir ahí un local partidario, aunque últimamente estuvieron pensando en “tramitar los papeles”, una gestión ilegal que resolverían sobornando a funcionarios de su propio partido que estaban al frente de la Dirección Provincial de Catastro. Con los papeles truchos podrían intentar venderla para conseguir unos buenos pesos: de algo necesitaban vivir mientras resolvieran aquella cuestión pendiente de la caja fuerte.
* * *
—Mire Don López, con todo el respeto que usted sabe que le tengo, le voy a contar la verdad —empezó Saldívar la conversación. —Por supuesto que tengo interés en que a estos atorrantes de los Mesa les vaya mal, mi amigo, por supuesto que tengo interés… A mí me robaron las elecciones, ¿sabe? No porque haya habido fraude, sino porque se montaron sobre las inundaciones para hacer política, cuando las inundaciones son un fenómeno natural. ¿De qué me van a echar la culpa a mí, de no haber parado la lluvia? Entonces, como me sacaron de las manos la intendencia, yo le soy sincero, don López, quiero recuperarla. Creo que me lo merezco, y que el pueblo de Independencia también se merece que sigamos con una gestión al servicio del pueblo, y no como ahora que gobiernan para unos pocos, ¿no es cierto?El ex intendente se había propuesto convencer al viejo López para que lo acepten como aliado en la rebelión contra los Mesa. Siguió:
—Entonces, como le digo, seamos claros, estamos entre amigos: el quilombo les sirve a ustedes y me sirve a mí, ¿me entiende? Les sirve a ustedes porque es cierto lo que me cuenta El Flaco que hablaron en el barrio, acá en Independencia no hay nada que privatizar, no hay autopistas para poner peaje. Entonces éstos van a hacer caja con el cobro de impuestos, haciendo funcionar el municipio como una inmobiliaria. Y de paso, como dicen ellos, sacan a algunos cuantos negritos de Independencia… Son gorilas, don López, son antipueblo, antiperonistas, anti todo son estos tipos. Entonces, como le decía, vamos por la cabeza de los Mesa y ganan ustedes y gano yo. ¿Qué gano yo? Se lo digo clarito, don López: yo quiero volver a la intendencia, eso gano. Quiero que después de esto, el Concejo Deliberante empiece a debatir la destitución de Franco Mesa y se convoque a nuevas elecciones, ¿me entiende? Ganan ustedes y gano yo… —Mintiendo con aquella verdad a medias, el político buscaba parecer creíble ante el dirigente vecinal, sin exponer su motivación de fondo.
—Si, lo comprendo, Doctor. —Saldívar no era Doctor en nada, pero López repetía su mañía de exagerar ese tipo de protocolos en situaciones así. —Lo comprendo, pero ¿sabe qué? Hay mucha gente en el barrio que no está tan de acuerdo con usted, que están contreras, pero no porque apoyen a los Mesa... Viene más por el lado de la bronca con los políticos la cosa, por el lado de las ideas de izquierda, ¿me entiende? El Flaco hizo el intento, pero hay quienes no quieren saber nada con usted, para serle sincero…
—Ya lo sé, Don López, ya lo sé… Entre los zurdos, los piqueteros y el rollo ese de que ahora se decide todo en asamblea, nos han desgastado injustamente a los políticos, es cierto eso que me dice, es cierto… Por eso estamos acá hablando con el Flaco y usted, ¿no? Porque los dirigentes siguen siendo insustituibles, don López, irremplazables. Yo sé que si me pongo de acuerdo con ustedes dos, las cosas salen, que ustedes pueden manejar a la gente, ¡para eso son los dirigentes del barrio, mi amigo! Entonces no me explique que algunos en la asamblea esto y aquello, dígame francamente qué le parece a usted.
—Bueno, mire Saldívar, más allá de la gente, yo también creo que la gestión suya no fue… a ver cómo puedo explicarle… no fue todo lo óptima que a nosotros nos hubiera gustado… Y que si usted como dice va a forzar su reelección al frente del municipio, nosotros esperamos un trato mejor, una relación más directa con las políticas sociales, ¿me entiende? Creo que si nos ponemos de acuerdo en eso…
—¿Me está pidiendo la Secretaría de Acción Social, López? ¡Digameló, vamos, sin miedo, pida, pida! ¡No hay problema, don López, para eso es esta reunión, para ponernos de acuerdo, mi viejo! Tal vez tengamos que pensar en su señora para el cargo, vio que en Acción Social siempre conviene que haya una mujer, imagínese si lo pongo a usted ahí, lo quemo don López, o al Flaco... Vos Flaco sabés que con la mujer de López en la Secretaría no te va a faltar nada, pero imaginate si te nombro secretario a vos… La cosa pasa por otro lado, ¿no?
El Flaco intervino por primera vez en la conversación.
—Por mí está todo bien Saldívar, todo bien. Acá lo importante es que te pongas de acuerdo con López, que en el barrio es el que pone la jeta. Explicale a él lo de la cana, lo que tenés abrochado por ese lado.
—Claro, claro, eso es muy importante también. Le decía al Flaco que yo ya estuve hablando con el comisario, después de cuatro años de trabajar juntos hay confianza, imaginesé don López, hay confianza… Y le decía al comisario que la cosa viene mal con los Mesa, que los comerciantes protestan en las oficinas de la municipalidad, pero cuando protesten ustedes desde los barrios ya no va a ser un par de gritos en una oficina, va a ser un flor de quilombo… Y como siempre los Mesa los van a mandar a ellos, a la cana, de carne de cañón, a reprimir, a ganarse la bronca de la gente, pero que no vale la pena, que esta vez no vale la pena…
Saldívar hizo una pausa para tomar agua. Fue Lázaro quien retomó el relato:
—Además el comisario sabe que en los planes de Mesa está cambiarlo, y poner a otro jefe de la bonaerense que trabajó para ellos en la empresa. Sabe que a él no lo quieren, que es cuestión de tiempo que lo saquen. Entonces, nosotros le explicamos, mirá, por más que vos hagas buena letra, la patada en el culo te la van a pegar igual, acá la única que te queda es que los Mesa se debiliten y no puedan hacer lo que ellos quieran, eso le explicamos al comisario.
Saldívar continuó:
—Claro, le explicamos que en este caso la protesta de ustedes coincide en interés con lo que él necesita para que Mesa no lo eche, porque el tipo es policía pero no es boludo, eh… Entendió enseguida, Don López, entendió enseguida… Nosotros no le hablamos ni de la toma del municipio, ni de la fecha ni nada. Nos preocupamos por verificar si el tipo estaba con ánimo de dejar correr la revuelta sin reprimir, y ¿sabe qué terminó diciéndonos? Terminó largándonos una perorata, que él en realidad es un nacionalista que está cerca del pueblo, que la policía no tiene que estar para reprimir a la gente sino que tendría que estar para perseguir a los delincuentes de guante blanco como los Mesa, y qué se yo cuántas cosas más…
—Miralo al milico éste ahora —intervino el Flaco— así que no está para reprimir ese hijo de puta, ¿qué es lo que hizo entonces aquella vez que...
—Bueno, Flaquito, bueno —lo cortó el viejo López, apoyando su mano sobre el gordo antebrazo del Flaco— dejá que nos cuente más el Doctor, no interrumpás.
—Está bien Don López, está bien. Sigo entonces. Lo concreto es que el comisario está en la misma sintonía que nosotros. Yo garantizo eso. Ustedes movilizan, toman el municipio, imponen su fuerza, y yo garantizo que la policía no se meta. ¡Es un trato justo! ¿O no? ¿Eh, Flaquito? Dejalo tranquilo al comisario, dejá las broncas para otro momento, lo importante es que el tipo todavía sigue siendo el que manda en la comisaría de acá y nos garantiza que no va a haber palos, ¿qué más querés?
—Bueno Saldívar, a mí me convenció, qué quiere que le diga —retomó el viejo López.—Para mí está bien. Se dará cuenta que esto no es para andar hablando por ahí, ni de parte nuestra ni de parte suya.
—¡Me extraña, don López, me extraña! Por supuesto, quédese tranquilo. Flaco, decile vos, quédese tranquilo Don López, acá ganamos todos o perdemos todos, así que este acuerdo lo tenemos que cuidar como a un tesoro… Imagínese cuando esto salga bien: los Mesa políticamente heridos de muerte, y ustedes con todos los laureles de ser el barrio más combativo, que defiende lo suyo, que le pone un freno a estos pichones de oligarca… ¡todo ganancia Don López! Entonces está todo arreglado, qué bien, qué bien… ¿Fecha, Flaquito?
—Doce de marzo.
—Doce de marzo cae…
—Martes, martes 12 de marzo.
—Perfecto, martes 12 de marzo, no queda mucho tiempo, ¡a preparar los últimos detalles muchachos! Y después a ver si hacemos un asadito, ¡eh! Lázaro, un asadito en la Sociedad de Fomento, por supuesto pagamos todo nosotros, faltaba más, ¿le parece Don López?
—Claro, serán bienvenidos, muchas gracias Saldívar, ahí le agradeceremos todo esto que está haciendo por nosotros con un aplauso, un aplauso para el Doctor…